LA REALIDAD SE TRANSFORMA
El lenguaje cambia a medida que necesitamos nombrar nuevas parcelas de realidad. Está claro que no utilizamos ahora las mismas palabras que utilizaban nuestras abuelas y abuelos a principios o mediados del siglo XX.
Para las mujeres de todo el mundo el siglo XX supuso un cambio radical, que ha requerido de palabras para ser contada: feminismo, movimiento de mujeres, patriarcado, género, coeducación, corresponsabilidad, etc. son palabras que durante el siglo pasado adquirieron nuevos significados, y fueron importantes para explicar los hechos que estaban ocurriendo. También se dieron nuevos usos y formas de utilización de la lengua. Hechos como la incorporación de un número elevado de mujeres al mundo del trabajo asalariado ha requerido, por ejemplo, que prácticamente todas las profesiones sean dichas en masculino y en femenino. Así, por ejemplo, hace tan sólo cincuenta o sesenta años era habitual hablar genéricamente de médicos, o de arquitectos, porque no había apenas mujeres en estas profesiones; nombrar la realidad que cambia supone decir que hay médicos y médicas, arquitectos y arquitectas. Igualmente la incorporación de muchos hombres a tareas y trabajos que habitualmente realizaban mujeres ha supuesto que dichas profesiones hayan ido también poco a poco nombrándose en masculino (enfermero, matrón, administrativo, etc.). Desde finales del siglo XX ya circulan con fluidez expresiones como autoridad femenina, final del patriarcado, práctica de la relación, política de las mujeres, etc.
Otros cambios que se iniciaron en el siglo anterior y que aun siguen produciéndose ha sido el aumento de la participación de las mujeres en áreas como la política de partidos o de la economía que se administra fuera del hogar, lo que ha llevado también cambios en el lenguaje como han sido, por ejemplo, la utilización de palabras como “ministra”, “magistrada”, “empresaria” etc. Lo mismo ocurre con la incorporación que paulatinamente van haciendo los hombres en relación a las tareas de gestión de las casas y de cuidado de la vida que ha llevado a la incorporación de expresiones en nuestro vocabulario cotidiano como “permiso de paternidad” o “custodia compartida”.
Son cambios en el lenguaje que obedecen a la necesidad y al deseo de nombrar una realidad que muchas mujeres y hombres están transformando y que necesita ser nombrada.
Sin embargo, a veces encontramos que hay algunas resistencias. La filóloga Eulalia Lledó habla de las resistencias de la RAE para incluir vocablos que expresen las profesiones en femenino de este modo: “las resistencias a feminizar una profesión o cargo nunca se sostienen en argumentos estrictamente lingüísticos, porque las resistencia no vienen de la lengua; las lenguas suelen ser amplias y generosas, dúctiles y maleables, hábiles y en perpetuo tránsito; las trabas son ideológicas; en el caso que hoy me ocupa tienen que ver concretamente con la resistencia a admitir que las mujeres ejercen cargos que algunas personas (y Academias) preferirían ver ocupados en exclusiva por hombres”6 .
Además de nombrar la realidad que cambia, el uso del lenguaje cambia también la realidad. Carlos Lomas en el artículo antes mencionado El derecho a las palabras y la igualdad entre hombres y mujeres recoge el siguiente ejemplo de una maestra:
“Desde el primer día de clase uso el lenguaje en masculino y en femenino, designo por igual a los niños y a las niñas o utilizo términos que incluyan a ambos sexos. Pero un día, ya casi al acabar el curso escolar, cuando faltaban unos minutos para concluir la jornada, viendo que el aula estaba bastante desordenada dije en voz alta:
- Niños, hay que recoger las cosas y guardarlas en los armarios antes de irse a casa.
Y, en efecto, los niños se levantaron y ordenaron el aula mientras las niñas permanecían sentadas en sus pupitres. ¿Qué había pasado? Las niñas, al estar acostumbradas a que yo las aludiera en femenino, no se habían sentido apeladas cuando de una manera espontánea e inconsciente utilicé el masculino niños como genérico. Por tanto, no es cierto que lo femenino esté incluido de una manera natural e inevitable en lo masculino sino que se nos ha educado en la idea de que eso es así pero yo creo que es posible educar de otra manera y este ejemplo así lo demuestra”.