La coeducación&: Dos sexos en un solo mundo

MÓDULO 2: NOMBRAR A AMBOS SEXOS

USO SEXISTA DEL LENGUAJE

Nos referimos con esta expresión a una utilización del lenguaje que discrimina a las mujeres, las hace dependientes simbólicamente de los hombres o simplemente no las representa.

Un profesor puso el siguiente enunciado al llegar a su clase:

Si se considera que m = m + f entonces f = 0

Es decir, si masculino = masculino + femenino

Entonces femenino= 0

Fuente: Esta es una experiencia narrada por Graciela Hernández que sucedió en una clase de Sociología con el profesor Jesús Ibáñez. Esta recogida en Belén Villar: Proyecto Relaciona. Informes y resumen. Documento interno del Instituto de la Mujer. Madrid, 2005.

La cita que acabas de leer nos muestra “matemáticamente” que cuando intentamos representar a hombres y mujeres con palabras en masculino, realmente estamos dejando de representar a las mujeres. Cuando nombramos a los hombres, sus actividades, su historia, sus quehaceres, etc. como si se tratara de la representación del conjunto de la humanidad estamos haciendo un uso androcéntrico del lenguaje; un ejemplo de esta manera de hablar lo encontramos en la forma de nombrar las profesiones; seguramente habrás observado que algunas de ellas todavía se siguen admitiendo sólo en su acepción masculina. Por suerte, el uso común que se hace del lenguaje facilita el cambio de estas situaciones y hoy en día suele aceptarse sin problemas usar palabras como ministras, autobuseras, concejalas o ingeniera. Nombrar estas u otras profesiones en femenino no es un hecho banal (al igual que no lo es nombrar otras profesiones en masculino) porque nos da cuenta de la existencia de mujeres en el ejercicio de las mismas, a veces incluso desde hace mucho tiempo.

Para saber más… Eulàlia Lledó. El sexismo y el androcentrismo en la lengua: análisis y propuestas de cambio.                   

Fuente: Mujeres en el mundo. Instituto de la Mujer. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Madrid, 1996.

 

El hecho de que el lenguaje se use de forma androcéntrica, es decir, dando por supuesto que el hombre es el referente de toda experiencia, tiene dos consecuencias fundamentales: equiparar lo masculino a lo universal e invisibilizar a las mujeres.

Esto quiere decir que cuando incluimos a las mujeres dentro de un masculino pretendido como genérico, estamos considerando que su existencia simbólica depende de la existencia masculina, como si no existieran por sí mismas, como si no existiera la diferencia sexual. Y, como ya lo hemos dicho, cuando excluimos a las mujeres del lenguaje las excluimos también de nuestra representación mental.

Algunos usos sexistas del lenguaje son los siguientes:

Situaciones en las que se discrimina a las mujeres a través de  los usos lingüísticos o cuando se las asimila a objetos o animales.

Por ejemplo, si decimos “Los nómadas se trasladaban de un sitio a otro llevando consigo sus enseres, sus animales, sus mujeres y sus hijos”, transmitimos la idea de que eran los hombres, varones, quienes se  trasladaban y que el resto de las personas eran acompañantes formando parte de su equipaje; este tipo de frase constituye una forma de discriminación en la medida que no considera a las mujeres como compañeras que, del mismo modo que ellos, también tenían que cargar paquetes, caminar kilómetros, sufrir las inclemencias del tiempo, tomar decisiones, etc.,

En el lenguaje cotidiano esta discriminación aparece por ejemplo en la asimetría en los tratamientos. Así es habitual  oír frases del tipo: “mañana iré al médico, pero antes tengo que pedir hora a la enfermera para que me curen” (dando por hecho que dentro de la medicina se da una jerarquía profesional en la que son ellos quienes ostentan la categoría más alta). Igualmente podemos escuchar “deja eso, ya se ocuparan de ello las señoras de la limpieza”, dando por sentado que serán mujeres quienes realicen ese trabajo o bien, en el otro sentido “voy a llamar al albañil para que arregle esta pared”, suponiendo igualmente que quién realizará ese trabajo será un hombre.

Investiga… Hace unos años era fácil encontrar una cierta asimetría en el tratamiento que se daba a profesores y profesoras. Era habitual que ellos llevaran el “Don” y ellas a veces eran “Doñas” y a veces “Señoritas”.
Actualmente esto es cada vez más infrecuente. Lo habitual es  que el profesorado, hombres y mujeres, quieran que sus alumnos y alumnas les llamen por su nombre.

Observa a través de tu experiencia cotidiana asimetrías  en el uso del lenguaje que poco a poco se van resolviendo, así como otras que aún permanecen. Piensa en cómo te gusta que te nombren tus alumnas y alumnos y por qué.

 

Cuando no se las nombra.

Es habitual encontrarnos con carteles como “sala de profesores”, “despacho del director”, “jefe de estudios”,  o bien Congreso de Diputados,  colegio de Psicólogos, etc. sin tener en cuenta que estas profesiones y cargos pueden ser realizados por hombres o por mujeres. Igualmente ocurre cuando se dice al alumnado: “voy a llamar a vuestros padres para que vengan a hablar conmigo”, y quienes acuden de forma mayoritaria a la llamada del profesorado suelen ser las madres. O en frases que de forma espontánea podemos oír, por ejemplo en la radio, como: “escucha esta maravillosa balada mientras imaginas que estás con tu novia...” y que de nuevo, de forma también espontánea, no contempla que quien escucha la radio en ese momento pueda ser una mujer heterosexual.

Cuando se pretende englobar con el masculino a todas las personas.

Esta es una de las cuestiones más comunes en el discurso cotidiano y parte de considerar, como ya hemos dicho, que el masculino es genérico. Aunque ya hemos visto algún ejemplo que ilustra esta situación,  podemos poner muchos más porque es muy fácil observarlo en el lenguaje cotidiano. Así, por ejemplo si decimos  “todos los profesores del centro asistieron a la manifestación convocada ayer por la tarde”, nos olvidamos de nombrar a las profesoras y su participación en ese evento público.

Cuando se pretende describir la realidad sólo a través del masculino.

Por ejemplo, si alguien dice, “mañana comienza el tour de Francia”  probablemente se refiere  a la carrera ciclista masculina, obviando que hay más de un “tour de Francia”, ya que también existe esta prueba en su modalidad femenina. Al darlo por hecho parece que la única prueba, la verdaderamente importante, es aquella protagonizada por los hombres. Igual ocurre con la expresión “los investigadores han hecho un excelente trabajo en este campo; el grupo de trabajo estaba formado por M.  García, A. González  e I. Pérez”; con esta información nos estamos refiriendo a un grupo de supuestos investigadores que en realidad está formado por Marisa García, Ana González e Isabel Pérez. Es decir, a no ser que lo especifiquemos claramente, al hablar en masculino, por una costumbre que no es casual sino relacionada con el poder, tendemos a imaginar hombres como protagonistas de esa situación, lo cual nos indica de nuevo que realmente el masculino no es genérico.

De manera todavía más cotidiana encontramos esto cuando queremos describir a una mujer con algún tipo de característica supuestamente masculina. Así, cuando se quiere decir que una mujer  es quien manda o dirige podemos oír expresiones del tipo “es ella quien lleva los pantalones”, o de forma más brusca ”esa mujer los tiene bien puestos”

Cuando transmitimos estereotipos y prejuicios sexistas. Por ejemplo:

  1. En la manera de contar un cuento, si de forma permanente describimos a mujeres débiles y bellas que necesitan ser salvadas y a hombres que mediante la fuerza y la pelea consiguen sus propósitos.
  2. En chistes y frases hechas que transmiten una idea negativa de las mujeres. Así es cuando se transmite la idea de que a las mujeres les gusta “cotillear”, o necesariamente son malas las relaciones entre una nuera y una suegra, o se las muestra excesivamente protectoras.
  3. En canciones, textos publicitarios, etc. que se apoyan en ideas sexistas y  que ofrecen imágenes de mujeres irreales y poseedoras de una “belleza” profundamente estereotipada.
  4. Cuando se insulta  a los niños o se les desvaloriza con palabras que aluden a las mujeres. Por ejemplo cuando a un niño se le dice: “eres una nenaza” o “no llores, que eso es cosa de niñas”.

 

Estos usos del lenguaje están tan interiorizados que en muchas ocasiones sólo nos damos cuenta de su uso una vez que “nos hemos escuchado”, o cuando los oímos en palabras de otras personas. En el siguiente ejemplo, un profesor se da cuenta de su comentario después de emitirlo, e intenta arreglarlo:
“Un grupo de chicos va corriendo hacia un profesor, llevando casi en volandas a otro chico con la rodilla ensangrentada. “Profe, profe, está herido”; el profesor examina la “herida” y como no es nada serio les dice: “no es nada; que alguien le acompañe a los aseos a lavarse y a la enfermería para que le pongan un poco de Betadine; ¡pero no hace falta que vayáis todos juntos como las niñas!”. El profesor se dio cuenta inmediatamente de su comentario e intentó arreglarlo diciendo: “muchas gracias a todos por haberos ocupado de vuestro compañero; es estupendo saber que en este patio hay un montón de niños y de niñas que  ayudan y que están pendientes de lo que le ocurre a otras personas”.

Investiga… Observa cambios que se han ido dando en este sentido. Por ejemplo:

  1. En una conversación entre dos señoras una le dice a otra:

Mañana tengo que ir al médico; bueno no, a la médica; me atiende esta doctora hace ya unos cuantos años.

  • En una reunión del AMPA del colegio, varias madres y padres  pidieron que el Proyecto Educativo del Centro se redactara en un lenguaje que representara a ambos sexos.
  • O bien, es posible que hayas observado como muchos chistes sexistas ya no aparecen en muchos contextos por considerarse ofensivos y discriminatorios. Cada vez es más habitual que ante determinados chistes mujeres y hombres hagan comentarios sobre el mal gusto o la escasa gracia de quien lo cuenta.
  • También los refranes que ponían a las mujeres en situaciones de inferioridad y subordinación, antes muy extendidos, tienen cada vez menos presencia en el lenguaje coloquial; quizá entre otras razones porque describían situaciones que cada vez se dan con menos frecuencia; pero también porque son expresiones que  resultan ofensivas.

A pesar de ser una demanda persistente por parte de muchas mujeres, también de algunos hombres y de diversas instituciones ¿Por qué resulta tan difícil generalizar el uso de un habla que nombre tanto uno como al otro sexo?

Ante esta pregunta nos encontramos con diversas respuestas. Hay quienes  aluden a la economía del lenguaje,  a la farragosidad de los textos y al hecho de considerar que resulta repetitivo hablar en masculino y en femenino. Los argumentos que suelen esgrimirse son los siguientes:

  1. El masculino es neutro y engloba masculino y femenino (Pero lo masculino no es neutro).
  2. La importancia dada a la economía del lenguaje; es decir, al hecho de expresarse utilizando el menor número de palabras posible y lo absurdo de repetir dos veces el mismo término (Pero no hay tal repetición).
  3. El efecto malsonante de algunas palabras cuando se incorpora su forma en femenino (Pero considerar malsonante una palabra depende de quién la dice y quien la oye, de mujeres  y hombres).
  4. El planteamiento de que al igual que constatamos que hay mujeres y hombres, porque no constatar también otras diferencias. Así, tendríamos que hablar también, por ejemplo,  de personas altas, medianas y bajas (De hecho se deben nombrar todas las que se consideren necesarias para entender de quién se habla)
  5. Nombrar siempre en masculino y femenino llevaría a situaciones incoherentes que en las discusiones sobre este tema suelen llevarse hasta extremos absurdos, como hablar de “la jefa y el jefo”,  “poeta y poeto” o “araña y araño” (Lo realmente importante sería ir adaptando los usos a las necesidades de mujeres y hombres).
  6. Insisten en que el sexismo de nuestra sociedad no está en las palabras, sino en los actos de violencia hacia las mujeres, en las desigualdades salariales, etc. y que es en estos ámbitos donde hay que trabajar y no tanto en el lenguaje (Sin embargo, lo uno no excluye a lo otro).

Frente a estos argumentos, algunas autoras y autores plantean éstos otros:

  1. El masculino es masculino. Decir que el masculino engloba al femenino es ocultar e invisibilizar a las mujeres y continuamente produce confusiones y ambigüedades.
  2. Nombrar en masculino y femenino no tiene que ver con la economía del lenguaje, puesto que no es reiterativo. Cuando hablamos de hombres y mujeres hablamos de cosas distintas. Soledad de Andrés en un artículo titulado “Sexismo y lenguaje”1 , argumenta que desde los orígenes de nuestra lengua ha quedado reflejado como se han nombrado a ambos sexos cuando quien escribe ha sentido la necesidad de expresarlo de esa manera y pone como ejemplo un fragmento del Cantar del Mio Cid donde se diferencia entre “mugieres e uarones, burgeses e burguesas” cuando narra la entrada del Cid en Burgos.
  3. Es cierto que algunas palabras, cuando se expresan generalmente en masculino, al pasarlas al femenino por primera vez, pueden sonar raras a alguien por la novedad o por su desconocimiento de los géneros gramaticales; igual ocurre en el caso contrario o cuando en nuestro vocabulario se introducen palabras inglesas o provenientes de otros idiomas; sin embargo su uso las va normalizando.
  4. Para saber más….
    La cancillera y el azafato. Charo Nogueira.   Fuente: El País, 30/01/2006
    A vueltas con el lenguaje sexista. Amparo Rubiales. Fuente: El País, 07/12/2006

     

Por supuesto que hay sexismo prácticamente en todos los ámbitos sociales y es necesario trabajar para conseguir reducirlo y eliminarlo finalmente; desde la escuela aparentemente no podemos hacer mucho para que los salarios de hombres y mujeres se igualen, tampoco para que cambien los modos de comportamiento de un hombre que maltrata a su mujer. Pero sí podemos hacer mucho para que los niños y niñas que nos escuchen sientan y sepan que la lengua que utilizan es capaz de representar a unas y a otros y dar cuenta de lo que sienten y desean. En la medida que consideramos el lenguaje una herramienta educativa, se convierte en un instrumento muy potente para transmitir una concepción no sexista del mundo.

1 Soledad de Andrés: Sexismo y Lenguaje. http://www.ucm.es/info/especulo/numero16/sexis984.html