LA AMISTAD Y LA PANDILLA
En la infancia, la amistad con niñas y niños de su misma edad es un espacio privilegiado a la hora de aprender a compartir afectos. Son muchos los sentimientos que afloran en estas relaciones que no siempre resultan fáciles de manejar: los celos, la envidia, la frustración, la alegría o la inseguridad son algunos de ellos.
Imagina que un niño sienta celos de otro niño que se va al campo con su mejor amigo. Si se le dice que los celos son malos, él rechazará y temerá a sus propios celos fingiendo que no siente lo que en realidad siente. O sea, perderá una oportunidad de aceptar lo que le ocurre, de entender qué le hace sentir lo que siente, de indagar en las ideas sobre el amor y las relaciones que hace que sus celos cobren fuerza. Perderá, por tanto, la oportunidad de colocar ese sentimiento en su vida de modo que no dañe ni le dañe e incluso que se diluya.
Quizás encuentres, a la hora de ejercitar la escucha en la relación con tu alumnado el peso de los estereotipos de género. Tal vez descubras que no te resulta fácil escuchar la ira en boca de una niña o la inseguridad en boca de un niño. O, por el contrario, quizás lo que te resulta difícil es escuchar lo que sí tiene correspondencia con estos estereotipos como, por ejemplo, a un niño que se muestra furioso cuando no logra destacar ante sus compañeros o a una niña que llora cada vez que tiene alguna discrepancia con otra niña.
Sin embargo, lograr que un niño exprese su frustración e indague en ella, es el primer paso para que él pueda desmontar esa forma de relación en la que prima la jerarquía y no el intercambio o la colaboración. Del mismo modo, dejar que una niña profundice en lo que hay detrás de su llanto, le permitirá descubrir el modo de relacionarse con otras niñas sin pretender que no haya nunca fisuras ni discrepancias entre ellas.
Las niñas, entre sí, suelen dar mucha importancia a los sentimientos que se generan en sus relaciones y dedican tiempo a hablar sobre ellos. A veces, este ejercicio les desborda porque no saben bien cómo manejar algunos sentimientos que, cuando son expresados en voz alta, cobran mayor presencia y realidad. Asimismo, a menudo se ven con conflictos relacionados con los celos, las expectativas frustradas o la dificultad para reconocer sus diferencias y no caer en la fusión y confusión con las otras. Pero, como hemos visto en el módulo 3, los conflictos son parte de las relaciones y aprender a tratarlos sin violencia les permite profundizar en sus vínculos y que la violencia no entre a formar parte del juego.
Como ya hemos dicho, son muchos los niños, sobre todo a medida que van haciéndose mayores, que aprenden a inhibir la expresión de los afectos. A muchos, aún hoy en día, les resulta difícil ejercitar su empatía, hablar de sus sentimientos amorosos, dar un beso o una caricia a un amigo, expresarse a través del llanto ante la presencia de otro chico, etc. Cuando esto ocurre, se acota las posibilidades de una relación y muchos conflictos se expresan sólo a través de la ira o del enfado, resultándoles más difícil expresar también sus miedos o el deseo de que les quieran. Por todo ello, es importante permitirles otros cauces de expresión en los que puedan sacar a la luz sus necesidades, sentimientos y deseos en toda su diversidad.
Cada vez es más frecuente ver a niñas y a niños que juegan, corren, hablan o se ríen juntos. En estos encuentros, la diferente forma que generalmente tienen unas y otros de expresar los afectos y afrontar los conflictos suelen pesar en sus relaciones. No es extraño, por ejemplo, que un grupo de niñas decidan dejar de jugar con los niños por la forma más la brusquedad que ellos expresan en sus juegos o que algunos niños ridiculicen a las niñas cuando hablan de sus sentimientos, en vez de escucharlas y aprender de ellas.
De tal modo, que para que niñas y niños aprendan a relacionarse entre sí de un modo más profundo y pacífico, es necesario que empiecen a reconocerse, a buscar los cauces para escuchar y expresar aquello que sienten y necesitan, a tratarse bien. O sea, que aprendan a llegar a acuerdos, a comunicarse, a buscar el modo de estar bien juntos, a sacar jugo a la relación, a no negar las singularidades y las diferencias sin que esto implique sometimiento ni sumisión.
En la pre-adolescencia, es habitual que niñas y niños pasen a formar parte de pandillas. Con frecuencia, esto implica sentir la presión de comulgar con la estética, gustos y pensamientos de las y los demás. No es extraño, además, que los papeles que asuman chicas y chicos estén estereotipados y jerarquizados en función del sexo. Por ejemplo, que los chicos luchen entre sí por el liderazgo y las chicas busquen ser valoradas siendo novias de los líderes.
Asimismo, esta es una etapa de la vida en la que es fácil acomodarse a las exigencias del grupo porque ello significa tener respuestas a preguntas complejas o la posibilidad de formar parte de una identidad que les da valor frente a otras pandillas, y eso les da una seguridad que, aunque endeble, a menudo resulta atractiva.
Figura 4.18 En la adolescencia es fundamental prestar atención a los conflictos que generan las presiones del grupo. Fuente: Banco de imágenes del CNICE
Por todo ello, es fundamental ayudarles a que expresen y presten atención a los conflictos que la presión del grupo puedan suponer, busquen el modo de expresar las opiniones y sentimientos sin caer en la tentación de tomar como propias visiones y sensibilidades que en realidad son prestadas, o sea, de ser fieles a sí. O lo que es lo mismo, ayudarles a no violentarse por forjarse una identidad rígida y excluyente frente a otras identidades igualmente rígidas.
En este punto, una vez más, la escucha, el acompañamiento y la reflexión juegan un papel fundamental.