LA EDUCACIÓN SEXUAL
Si estás de acuerdo con nosotras en que la sexualidad es algo que nos conforma, estarás también de acuerdo que se trata de algo que no podemos dejar en casa cuando vamos camino de la escuela o dejar fuera del aula en el momento en el que cerramos la puerta.
El modo que tienes de expresarte con tu cuerpo mientras enseñas, de mostrar o de no mostrar tu propia feminidad o masculinidad, de entablar una relación más o menos cálida con tu alumnado, de ruborizarte o de reírte ante determinados comentarios o preguntas, de hablar o de no hablar sobre cuestiones relacionadas con el cuerpo y las relaciones afectivas, es el modo en el que estás educando en la sexualidad, ya que con todo ello, estás transmitiendo ideas, más o menos explícitas, sobre qué piensas y qué sientes en torno a esa capacidad humana.
Fuente: Banco de imágenes del CNICE
Con esta reflexión, lo que queremos decir es que, ya que siempre estamos haciendo educación sexual, es mejor tomarse en serio esta tarea y hacerla de forma consciente para poder transmitir realmente aquello que cada cual quiere transmitir.
Es habitual que, cuando algún docente decide hablar sobre sexualidad en su aula, la presente sólo a través de sus componentes biológicos, o sea, que hable del desarrollo corporal de mujeres y hombres, del papel que juegan las hormonas en todo ello, de cómo se produce la gestación humana, etc. Junto a esto, es habitual también, que el centro de la reflexión gire en torno a los peligros que determinadas prácticas sexuales pueden entrañar, como son los embarazos no deseados o las enfermedades de transmisión sexual, y también sobre la necesidad de aprender a defenderse ante los abusos sexuales.
Esta manera de abordar la sexualidad, aunque toma en consideración cuestiones relevantes para la vida de chicas y chicos y que en realidad son importantes tratar, deja fuera lo fundamental: qué es la sexualidad, qué papel juega en nuestras vidas, cómo vivimos y ponemos en juego esa capacidad de expresar afectos y comunicar sensaciones a través del cuerpo sexuado. Quizás por ello, cuando una tutora de un Instituto de Educación Secundaria de Lanzarote (Islas Canarias) le preguntó a un grupo de estudiantes sobre las cuestiones que les gustaría tratar a lo largo del curso, dijeron que ‘cualquier cosa, menos sobre drogas y sexualidad’.
Para hacer educación sexual de forma consciente no hace falta tener grandes conocimientos o habilidades. Lo importante es tener ganas de escuchar y entrar a dialogar sobre los interrogantes, inquietudes, intereses y experiencias que niñas y niños tienen. Y, sobre todo, hacerlo con honestidad, o sea, entrando en un diálogo con lo que somos, mostrando aquello que sabemos y también lo que no sabemos, aquello que sentimos y no sentimos. No hace falta decir ni hacer nada que nos haga sentir mal ni fingir que ‘estamos de vuelta’ de cosas que realmente no estamos. Se trata simplemente de estar en disposición de entablar una relación real, en la que tanto docente como alumnado puedan descubrir cosas nuevas sobre sí y sobre lo que les rodea.
Es habitual escuchar decir que para hacer educación sexual con niñas y niños debemos ser ‘naturales’. Cuando se dice eso, muchas veces lo que se nos quiere decir es que debemos mostrarnos como si viviéramos con tranquilidad y no nos resultara difícil abordar diferentes cuestiones relacionadas con la sexualidad. Esto ocurre cuando se considera que ‘ser natural’ es reproducir un determinado cliché, invitándonos a hacer teatro y pasar por encima de lo que realmente somos y sentimos. Pero, esto, de forma paradójica, nos lleva a establecer relaciones artificiales. Es más, con nuestra actitud y nuestro ejemplo, lo que estamos enseñando a las criaturas es a doblegarse ante un papel prefabricado y no a interrogarse a partir de la propia experiencia y a respetar los propios sentimientos e ideas.
Por ello, para hablar sobre la sexualidad, del mismo modo que para hablar sobre cualquier otra cosa relacionada con la vida, es importante no dar la espalda a los propios miedos, deseos, sentimientos y prejuicios. Por el contrario, se trata de tomar todo esto como el punto de partida, como un lugar desde el cuál plantearse qué hacer desde ahí, cómo abordar la educación sexual con lo que hay, de la mejor manera posible, sin que este ejercicio se vuelva en contra nuestra.
Fíjate en estos dos ejemplos:
- Una niña de tres años se toca sus genitales en el transcurso de la clase y eso le resulta violento a su maestra. Ésta le puede decir como eso le hace sentir, por qué le hace sentir así (o sea, le puede hablar de la educación que recibió cuando era niña) y también cómo le gustaría que lo viviera la propia niña (o sea, le puede hablar de su deseo de que esta niña viva la relación con su propio cuerpo con más libertad que como lo ha vivido ella). Y, además, puede aprovechar ese momento para explicarle que esta práctica se hace en la intimidad y no delante de otras personas, pero que no se trata de algo malo, sino todo lo contrario y que lo tiene que hacer con cuidado para no hacerse daño.
- Un chico de catorce años se abraza impulsivamente a su profesor en el momento en que éste le dice que ha sido seleccionado para jugar en la liguilla de baloncesto del Instituto y el profesor se siente un poco aturdido porque no está acostumbrado a expresiones tan efusivas. Esta es una oportunidad estupenda para que este profesor le explique que no está acostumbrado a este tipo de abrazos, que le gusta mucho que le exprese su emoción y afecto con esa confianza pero que prefiere que la próxima vez lo haga con más cuidado, y que le gusta que los chicos de hoy no tengan las mismas trabas que tuvo él en relación al contacto corporal con otros hombres. De este modo, le estará enseñando a tomar en cuenta a la otra persona cuando se acerca a ella, a valorar la relación corporal con otros hombres sabiendo que cada cual tiene una sensibilidad diferente y, por tanto, que con cada persona puede llegar a establecer un tipo de contacto corporal diferente.